Amar es un concepto diferente para cada persona. Para unos es sentir atracción por alguien, para otros implica verse en ojos ajenos. En una conversación distraída, de esas en las que sale a colación el amor como un tema de sobremesa, me di cuenta de la abismal diferencia que existía entre los presentes, de lo distinto que era el mundo que compartíamos. Conversando con alguna que otra persona que nunca se había cuestionado su existencia o la de los demás, que jamás se había planteado porqué las cosas eran como son, qué no acostumbraba a fijarse en los detalles que lo rodeaban, me di cuenta de que los artistas amábamos de forma diferente.
Siempre me he rodeado de personas creativas, toda mi vida me he movido en círculos en los que un filtro de colores deformaba la realidad, haciendo que cada una de las partes del mundo se viera diferente. Es curioso, no me había cuestionado, que tal vez, esa profundidad con la que se definían las cosas no era una cualidad inherente del ser humano, sino una peculiaridad que se enfrentaba a la tan asumida normalidad de un mundo carente de significado.
Muchas facetas cambian gracias a este cambio de perspectiva, pero una de las más chocantes es la del amor. Un artista no te amará por un conjunto de cualidades físicas o una eterna lista de requisitos que concuerde con la suya. Un artista se enamorará por el lunar que corona tu espalda y divide a la perfección lo que podría ser un lienzo en blanco, por la forma en la que se te riza el pelo al borde de la nuca, por la curvatura de tu espalda mientras duermes, por cómo se refleja un pedazo de sol en tu mejilla, por el sonido melódico de tu risa o el movimiento de la comisura de tu boca después de una carcajada. Un artista te amará por el tono rojizo de tus labios al rozarse con los suyos, la redondez de la nariz que tanto detestas o la forma exacta que acoge tu boca al pronunciar su nombre. Nunca se olvidará de eso. Un artista se sabrá de memoria tus gestos, la cantidad de pecas que adornan tu rostro –aunque pierda la cuenta una y otra vez– y el tono rosáceo que la vergüenza tiñe en tu piel. Un artista se enamorará por las motas doradas que se esconden bajo el café de tus ojos, por la forma en la que te balanceas al reírte, el brillo que esconden tus pupilas tras una noche de escándalo o el silencio compartido frente a una marea en calma –esa que pinta la mirada de un tono cobalto, alumbrada tan solo por el rastro de la luna y un te quiero fortuito–. Un artista ama como ve el mundo. Sin barreras, anotando detalles y en profundidad. Para un artista amar a alguien es como dedicar una extraña carta de amor a la vida. Sin destino, pero eterna.
Los artistas consiguen ver lo que el resto del mundo da por hecho. Dentro de una realidad gris aportan matices a una vida marcada por el trabajo y la monotonía. Se regocijan en todo lo que esconde la costumbre. Son el arcoíris después de la tormenta.
Desde mi experiencia, si consigues el amor de uno de ellos puedes considerar que has ganado en la vida. Encontrarán miles de pequeños detalles que te hacen único y serán capaces de plasmarlo de la manera más bella que encuentren. Nadie te amará más, ni te inmortalizará cómo ellos. Y aún cuando el amor se acabe y no quede nada que salvar entre vosotros, aunque todo se tuerza, el suelo se tiña de rojo y nunca volváis a hablar, ten presente que vivirás para siempre entre los trazos de su obra y su mundo.
Revolución sentimental
Como veinteañera que navega por la vida tratando de entenderse a sí misma y al mundo que la rodea me apena ver el miedo a querer.
Guau! Que maravilla de exposición, me ha relatado perfectamente, así es lo que sucede desde luego, de las cosas más insignificantes te pintas un cuadro que te sirve para amar sin medida. Que maravilla me ha encantado. Yo hace nada escribí no te enamores de un poeta intentando profundizar en eso mismo pero ni me acerco a esa visión tan clara. Que bien tu hallas podido hacerlo, lo comparto. Gracias por compartirte.
Bellísimo, prácticamente te conviertes en su musa al ser amado por un artista. ♡