Una batalla perdida
"Ser íntegro en momentos como esos, mantenerse firme cuando crees tenerlo todo, es complicado."
Nos conocemos. Hay algo en tu mirada que me atrae. La curiosidad, esa sonrisa tonta que aparece de vez en cuando entre tus labios, como te mueves, tus gestos, tu forma de pensar. Nos caemos bien. Me cuentas sobre tus gustos, que buscas de la vida o qué experiencia te marcó de pequeño. Te cuento mis desventuras. Tú me cuentas las tuyas intentando no darle mucha importancia, pero la tiene. Intentas no juzgarme por mi helado favorito, pero inevitablemente lo haces, aunque no importa, no cambiará. Hablamos, hablamos mucho. A ti te gusta el blanco, a mi el tinto, pero si nos vemos sé que te convenceré para probar el mío, siempre lo hago. Te deseo suerte en el trabajo, sé que estarás cansado al volver. Me preguntas por mi día e intento no dar detalles, me cuesta estar orgullosa. Salgo de casa y pienso en si llevarte una botella de agua, siempre acabas teniendo sed y nunca te acuerdas. Te miro más rato de lo normal. Me sonríes. Hay sintonía, algo se mueve. Pero nada lo hace al mismo tiempo.
Ser fiel a uno mismo a la hora de conocer a alguien, incluso si ya lo conocemos, resulta una tarea complicada. Dejar los límites bien arriba, pero no interponer muros. Querer saber más, pero mantener las esperanzas a la altura del suelo. Dejarse llevar, sin olvidarse de uno mismo, sin olvidarse de aquello que deseamos más allá de la compañía, de aquello que somos cuando nadie ve.
La integridad personal no se practica muy a menudo. Está muy bien reivindicar gustos, practicar aficiones, tomar el café cada mañana de la misma forma, elegir siempre el vino más amargo, hablar con los mismos modismos o coletillas, expresarse de una manera más profunda o incluso más escueta, recortada por una línea de puntos que marcas con ahínco sobre la piel. Ser íntegro en tu expresión es relativamente fácil, empoderante e incluso divertido en ocasiones, hasta que rozas el límite del pensamiento. Todo lo que uno piensa, lo que uno vive, lo que uno cree.
Ya no importa si tomáis o no lo mismo, si disfrutáis del mismo cine u os reís a carcajada limpia en una carretera sin rumbo fijo. Todo cambia y nada lo hace. Viajas con una venda sobre los ojos, te giras en los momentos clave esperando no ver cambiar el reflejo conocido. Te aferras con uñas y dientes a esa realidad, y repites que todo va bien. Pero lo que no encaja grita, lo que no cabe en nuestros cajones rebosa, se dilata, huye de los dedos equivocados, corre tan rápido que no se puede ignorar.
Estamos hechos para pertenecer. Para ser parte de algo más grande que nosotros mismos, para compartir. La soledad no se promueve en un mundo como este, no se normaliza. Pero a veces, sucede. Sucede en contra de nuestra voluntad, en momentos en los que solo ansiamos ser uno. Ser íntegro en momentos como esos, mantenerse firme cuando crees tenerlo todo, es complicado. Nadie habla de lo solitario que es abogar por tus valores y creencias. De lo difícil que resulta no doblegarse ante la idea de pertenecer.
Se siente como una continua batalla perdida. Una entre lo que más deseas y aquello que mueve las fibras más recónditas de tu cuerpo. Ansiar la compañía frente a la monotonía de los días, huir de las mesas grandes y vacías, las miradas tristes que esperan que alguien te acompañe en esa tarde de lluvia, los “y tú qué?” “otra vez sola?” que cada vez da más miedo responder.
Podré mentirme respecto a mi color favorito, mi preferencia por el mar —aunque las vistas de montaña me dejen sin aliento— o las ganas por un plan, sacrificado por ver a mis ojos favoritos. Pero nunca podré obviar un conflicto social. Ni las ganas de conectar, de intimar más allá de mi propio cuerpo. No podré ignorar una herida abierta que sangra, ni aquel comentario que pretendía dejarme en el suelo. No podré ignorar que no sentimos igual, que tus ojos buscan a otra entre la gente. No podré decir que no pasa nada cuando tu envidia me critique, cuando no sepas qué más hacer por llamar la atención. No podré ignorar como hablas de los tuyos cuando no están, como desapareces sin aviso previo o la manera en la que me etiquetas al no pensar igual. No podré hacer como que lo que soy no existe, como que me gustaría ser otra, más tuya, más ideal.
La magia de un recuerdo
A lo largo de los años me han dado a entender que ser una persona nostálgica era una mala cualidad. Que vivía en el pasado y me arraigaba a él como una piedra ardiente que quema pero no puedes soltar. Reflexionando acerca de lo importante de la vida, de la pena de marcharse o cumplir un recorrido y ponerle punto final, me fijé en que los recuerdos eran …
Capturé un secreto
Ni siquiera a la orilla del mar mi mente se calla. Aúlla a la luz de la luna, se mueve entre los pliegues de la noche y me susurra al oído a las tres de la mañana, insaciable, voraz. No entiende de descansos, de ratos libres ni excesos. Las ideas brotan, sin orden ni numeración, sumiéndose en una habitación alborotada repleta de preocupaciones y recuerd…
Muy bueno lo que has escrito, le falta el desenlace, como idea podría ser: "Y llegó el día en el que me di cuenta que ahí no era, dije adiós y me marché sin mirar atrás, teniendo claro que en mi nuevo camino te echaría de menos, pero teniendo muy claro que mi amor propio valía más que el tuyo"
Me encanta 💖 está precioso
Y está frase "Nadie habla de lo solitario que es abogar por tus valores y creencias. De lo difícil que resulta no doblegarse ante la idea de pertenecer." Se puede decir más alto pero no más claro.