Las primeras veces nunca son fáciles. Todas esconden un miedo muy particular, a hacer el ridículo, a sufrir, a perder el control, a reconocer las peores facetas de uno mismo. Empezar es encontrarse con emociones negativas, contradictorias. Es revivir historias pasadas o temidas, es encontrarse cara a cara con monstruos que viven contigo y te niegas a mirar a los ojos.
Aún trato de acostumbrarme al ritmo de la vida, veintitrés años eran un mundo tiempo atrás, cuando soñar con ser adulto consistía en una escapatoria recurrente repleta de ilusión. Sin embargo, de repente parecen un suspiro, un pequeño manual de instrucciones al que le faltan páginas. Es una sensación extraña, como aprender a ralentí, de manera desigual y mucho más dispar que el resto. Todo parece fuera de sitio, todas las piezas del puzzle parecen estar en el lugar equivocado. Del derecho, del revés, ninguna encaja. A veces, siento que el manual de vida que llevamos bajo el brazo se me tuvo que caer nada más nacer.
Día a día sorteo las dudas, esas que se instalan en la cabeza y no te dejan moverte en ninguna clase de dirección, ninguna que, al menos, te permita seguir adelante. Esa duda que crece e invade cada sueño, cada centímetro de piel, hasta hacerte cuestionar todo lo que podrías hacer. Los días se atascan al borde de la garganta, pidiendo un resultado, una dirección o simplemente salir. Pero la realidad es que más allá de esa sensación, construida por un miedo paralizante, no siempre es así.
Hace unos meses todo parecía estar bocabajo, pero en realidad no lo estaba. Nos da la impresión de estar haciendo todo mal, porque no lo hemos hecho antes. Creemos que vamos por un camino equivocado, porque, quizás, no podemos verlo aún. Asumimos y pensamos en todo aquello que nos molesta o nos frustra e ignoramos esos momentos en los que todo se sintió en su sitio. Ignoramos las piezas clave del puzzle desordenado y ecléctico que compone nuestra historia.
Eso me sucedió, reconocí el patrón. Desde entonces, cada vez que me siento así, escucho a Leiva. Su música me ayuda a estar presente, a salir del bucle, a parar y seguir cuando es necesario. La melodía me recuerda cada uno de esos momentos en los que sí sentí la vida moverse a mi favor. Aquella tarde en un coche mientras el sol caía por detrás, fundiéndose en el horizonte, y la risa invadía cada kilómetro. En esa cafetería semi vacía un día de lluvia, en la que avancé un libro nuevo y me redescubrí en un personaje que sentía muy familiar. Frente al espejo, contando las pecas que el sol ha pigmentado en mis mejillas, fruto del verano que se acerca y la calidez tan esperada del sol. Escribiendo las ideas que surgen con cada sorbo de café y acaban echando raíces por aquí. Reteniendo una lágrima que amenaza con caer, desde la tristeza, la emoción y el consuelo.
Todos los caminos, lleguen a Roma o no, empiezan en algún lugar. El de tu padre, tu vecino, tu amiga o esa persona que ves todas las mañanas pese a no conocer su nombre, todos han empezado en algún punto, de cero. Cada paso, suma. Cada gesto, cada sonrisa, también. Puede ser más contradictorio, más lento, más fragmentado, pero seguirá siendo un camino. Por mucho que sea diferente, seguirá estando bien y seguirá siendo el tuyo.
Si me hubieran dicho que estaría escribiendo esto no me lo habría creído. Hace ocho meses le dije adiós al miedo y comencé a escribir –públicamente. Hace ocho meses que me recuerdo el valor de ponerse en medio del foco. Me recuerdo que comenzar es lo único que se puede hacer para mejorar. Me animo a arriesgarme. Aún sin brújula, mapa o un camino repleto de migas. Hace ocho meses me recuerdo, que a veces, tirarse por el precipicio es la única opción que nos permite seguir.
Lo que esconde un gesto
En uno de estos días cualquiera, una semana arrolladora y mucho caos circulando entre la cabeza y la punta de los dedos me escapé.
¿Dónde se encuentra el amor?
Hay una visión colectiva respecto al amor que nos transporta a ese gran acto. Esa declaración desesperada, ese te amo verbalizado constante, el ramo de flores perfecto o el regalo más caro –entre otros gestos que identificamos socialmente como amor.