Lo que esconde un gesto
"En uno de estos días cualquiera, una semana arrolladora y mucho caos circulando entre la cabeza y la punta de los dedos me escapé"
En uno de estos días cualquiera, una semana arrolladora y mucho caos circulando entre la cabeza y la punta de los dedos me escapé.
Me escapé al exterior, al alba recién entrada, al calor que crece, a los rayos de sol proyectados en la fachada desconchada y el olor a primavera. Entre todo ese caos me encontré con una sonrisa conocida, una voz con la que tantas veces he compartido espacio, una mente creativa, un carácter y entereza digna de ser estudiada, y por si fuera poco, un alma que se ríe conmigo como si de dos niñas se tratase.
Hablamos mucho, de todo y de nada. Del hoy, del ayer. Del cambio, de la sensación contradictoria de volverse adulto, de ese miedo e ilusión que permanecen cogidos de la mano –y que por mucho que trates de entender, no se sueltan. Hablamos del futuro incierto, nos reímos pese a lo que se venía y el regusto del contexto fuese amargo. Dejamos nuestras cartas sobre la mesa, dibujadas por dudas y alguna que otra decisión difícil de tomar. Hablamos de la revolución sentimental, de la carencia de afecto, de los planes alocados. Comimos, el picante que menosprecié al pedir se me instaló en el paladar, lloré entre risas, tomamos guacamole frío y nos volvimos a reír en voz alta, pese a estar rodeadas de gente y más de un camarero nos mirase de reojo, con una sonrisa en los labios propia del entretenimiento y la incredulidad. Pasaron horas, perdimos la noción del tiempo y por un momento mi cuerpo no recordó lo que significaba la ansiedad.
A cada detalle de ese encuentro se unió una conversación en italiano. Una improvisada en la cola del baño con una señora desconocida, de rostro bello y muy amable. Me preguntó si era italiana –pero no lo era. Me sonrió, le sonreí de vuelta. Se interesó en cómo había aprendido el idioma y elogió mi manera de hablar. Hablamos de que hacia allí, de Milán. No me pasó por alto el tono dulce con el que lo hizo. Nos despedimos –más rápido de lo que esperaba– con un ciao cariñoso. Fue casual e inesperado, pero la sonrisa de la cara no me la quitaba nadie.
Más allá, al salir, en medio de la conversación frenética y acalorada que manteníamos, un señor, que paseaba sin prisa, se paró al vernos y nos elogió con la efusividad propia de una persona feliz, repleta de experiencia y paz. Nos impactó al instante.
Al salir de casa no esperaba nada más que una pequeña distracción del peso de la vida, un día tranquilo dentro del intento de rutina en una vida desordenada, llena de ideas y lamentos. Prometía ser un día cualquiera, anodino, pero gracias a todos esos destellos de luz se volvió un recuerdo permanente. Se convirtió en una razón para seguir. En un motivo para volver a reír, llorar y gritar de emoción.
Me recuerda el valor incalculable de una conversación larga y honesta, de la buena compañía o un encuentro amable. Cada uno de ellos es un acto esperanzador. Sin quererlo, mientras volvía a casa sentada en un autobús repleto de gente, envuelta por el murmullo incesante de la vida, me encontré escribiendo con prisa, tratando de preservar esos momentos antes de que el olvido impusiese su presencia. Escribí de forma precisa, propia de la escasez, atendiendo con la mayor delicadeza posible cada detalle dentro de esa infinita nota.
El valor de un día así, de un momento único, se relaciona con su escasa y compleja aparición dentro de una vida rutinaria y llena de desconexión. Aún así, caminando con ligereza hacia casa, como si en la vida no existieran problemas y estuviera hecha de matices, el canto de los pájaros perteneciera a la costumbre y la paz fuese el orden del día, no pude evitar pensar ¿Cómo es que no pueden ser todos los días así?
Pensé en el poder que recogían esos actos de amor, simpatía y amabilidad. Pensé en lo mucho que los apreciaba. Pensé en cómo quería transmitirlo yo. Pensé, como tantas otras veces, en lo bonito que podría ser el mundo si cada una de las personas que me rodeaba en ese preciso instante hiciera lo mismo.
Han sido días frenéticos, de mucha música, incertidumbre y ganas de cambiar, pero gracias a L. la vida parece más bonita. Espero que todos encontréis una amistad así.
¿Dónde se encuentra el amor?
Hay una visión colectiva respecto al amor que nos transporta a ese gran acto. Esa declaración desesperada, ese te amo verbalizado constante, el ramo de flores perfecto o el regalo más caro –entre otros gestos que identificamos socialmente como amor.
La magia de un recuerdo
A lo largo de los años me han dado a entender que ser una persona nostálgica era una mala cualidad. Que vivía en el pasado y me arraigaba a él como una piedra ardiente que quema pero no puedes soltar. Reflexionando acerca de lo importante de la vida, de la pena de marcharse o cumplir un recorrido y ponerle punto final, me fijé en que los recuerdos eran …