Volvamos a aprender
"Hay una tendencia en pleno auge sobre la reducción de los procesos que implican tiempo o alguna clase de inversión de energía"
Aprender es una de las cosas que más disfruto hacer. En especial cuando es una cuestión cultural como algo referido a la literatura, las artes, curiosidades, costumbres o algún idioma nuevo. Nunca me lo he cuestionado. Ejercer la curiosidad es un ejercicio que forma parte de mi vida diaria. ¿Cómo no saber? Si mi mente y mi cuerpo anhelan saberlo y sentirlo todo. No comprendo cómo podría ser de otra forma.
La capacidad de aprendizaje de la que hablo conlleva tiempo, es un camino largo lleno de errores, un camino que muchos ya no están dispuestos a recorrer. Hay una tendencia en pleno auge sobre la reducción de los procesos que implican tiempo o alguna clase de inversión de energía. Todo tiene que resultar más fácil, más rápido y más eficaz. Las relaciones se acortan o se vuelven inexistentes, conocemos a cinco personas a la vez por el y si, y acabamos sin conocer a ninguna. Queremos ser artistas sin siquiera tocar un lápiz, fotógrafos que no saben cómo capturar lo que perciben, solo replican. Queremos comunicarnos sin esfuerzo o ser expertos en una materia leyendo tan solo un titular sesgado. Lo que antes se hacía con pasión, ya ni siquiera se intenta, pasamos incluso de aprender a tocar un instrumento porque, ¿para qué hacerlo? Si presionamos un botón podemos reproducir el sonido exacto de aquello que queremos.
Perder el valor del aprendizaje solo por buscar un resultado más perfecto, un proceso más eficaz o no querer “perder el tiempo” es un síntoma social de que claramente algo no va bien. Recaer en esta clase de pensamiento no solo resta alma al trabajo que hacemos y la vida que tenemos, también nos merma cada vez más nuestra capacidad de imaginación, resolución o reflexión. Sin darnos cuenta perdemos habilidades que pueden resultar útiles, tanto en presente como en futuro, y dejamos dormida esa parte de nosotros que pide y necesita más para poder desarrollarse.
Todo nos nutre y nos complementa, sea viral o no, productivo o aparentemente inútil. Hay algo bello en las cosas nuevas, en buscar no para encontrar, sino por el simple placer de experimentar. Descubrir nuevas emociones, pasiones, sensaciones o forjar nuevos recuerdos. No todo tiene que dar un fruto inmediato, ni tiene que hacerse para obtener una bonificación a cambio. Vivir sin curiosidad ni imaginación conllevará una muerte prematura del ser, y con ello toda posibilidad de cambio.
Reemplazar una habilidad humana como es el aprender, sustituido por la inacción, es renegar de un don que te ha dado la vida. Es no saber ver la belleza en el proceso ni aceptar el cambio. ¿Qué pasará cuando necesitemos comunicarnos y no podamos? Cuando queramos avanzar y no sepamos cómo. Dejar de lado todo aquello que somos o podríamos ser y apoyarnos en una máquina no nos hará más capaces mañana. Y aún si llega el final de nuestros días y no nos ha reportado nada, podremos haber disfrutado al máximo de esa sensación de bienestar y nuestra existencia.
Últimamente he reflexionado sobre este tema. Cada vez me entristece más ver hacia donde están derivando las herramientas que deberían ayudar, y el mal uso que les estamos dando.
Desde formarse una opinión leyendo titulares de periódicos que ya no saben qué más inventar para llamar la atención, negarnos a aprender un idioma —porque ¿para qué sirve ya?—, y reducir la comunicación y las culturas que existen a una única vía de expresión cómo es el inglés —liderado por una mentalidad y un país completamente egoísta y descentrado de los verdaderos problemas del mundo—, pasando a pedirle al Chat Gpt que te escriba un mensaje con esas habilidades comunicativas de las que careces, hasta el uso de un filtro de “estilo ghibli” desarrollado por IA, sabiendo que su propio creador, Hayao Miyazaki, detesta con fervor su uso y creación. Pueden parecer ejemplos nimios o sin sentido, pero todo nos confirma la continua pérdida de identidad, la nueva moda —quizás pesadilla— de anestesiarse con entretenimiento, o parte de esta paradoja del querer y no poder, pero al fin y al cabo acabar consiguiéndolo con mucha trampa y poco empeño.
Ha sido un mes extraño. Me he encontrado estas semanas escribiendo sobre tantas cosas que no verán la luz, que he tenido que recordarme a mí misma que de eso se trata. Todo es un proceso, así que como recordatorio: no todo lo que escribas/hagas te gustará o será perfecto, pero cada paso te llevará más cerca de lo que quieres conseguir/de donde quieres estar.
Revolución sentimental
Como veinteañera que navega por la vida tratando de entenderse a sí misma y al mundo que la rodea me apena ver el miedo a querer.
Un día rojo en Tiffany's
Hay días, semanas, meses incluso, en los que todo pesa. Nos cuesta encontrar el camino, la ilusión, estamos tristes o todo parece más negro de lo normal. Cada vez que me sucede me acuerdo de aquella mítica Holly Golightly en Desayuno con Diamantes.
Que bonita reflexión mimada. Yo también reflexiono sobre ello y se que esta revolución que nos está viniendo es como tantas otras que ya hemos vivido, la diferencia es que en esta nos toca de lleno a las personas creadoras y artistas que se les ve plagiado su arte sin apenas esfuerzo. Pienso que habrá muchas cosas que dejen de tener valor para que otras tengan un lugar privilegiado, donde se valore lo intrinsico, humano y cercano pero no todos podrán estar en ese barco y está bien pues nos permitirá avanzar hacia otros lugares. Seguimos creando, adaptándonos y escuchando vinilos. Mi papel en esto es enseñar a mis hijos que aprobechen la tecnología mientras les enseño la analogia, que lo miren como herramientas con las que adaptar su mundo a lo que necesitan. Que sepan plantar un tomate y controlar las aplicaciones para plantar tomates virtuales, hay muchos mundos en un mundo. Gracias me ayudo a reflexionar.